AGUAYOS Y PATRIA, MUJER AYMARA SÍMBOLO DE LUCHA

 


Por. Fuster Alfredo.

El  poblador indígena y la tierra mantienen una relación estrecha que se extiende hasta los últimos días de su vida, no es casualidad que esta relación se origine desde el vientre de la madre, quien alegre danza en carnavales al ritmo de tarkas, chakallos y pinquillos, pues son aquellas melodías las que van estimulando su vientre y también al nuevo ser que da inicio a su existencia deleitado de estas tonadas que desde su concepción ya constituyen parte de su herencia genética, es aquí donde se empieza a generar ese lazo que trascenderá el cordón umbilical del niño(a) y su madre, aquel ser recién nacido aprenderá a palpar y detallar las características de la tierra que aprende a querer desde pequeño, la cual en el futuro será su fuente de sustento.

Las técnicas ancestrales de épocas pre incas han trascendido en el tiempo y aún se pueden apreciar en zonas rurales donde son empleadas para el estimulo del del niño desde su etapa prematura, las madres realizan un pequeño forado forrando el interior con mantas y pellejos de oveja, lugar donde se coloca al niño en posición vertical hundido hasta un poco más arriba de la cintura llegando hasta el tórax dejando además las manos libres para que este pueda tocar y sujetar. En uno de mis viajes a Huancavelica en la provincia de Churcampa, comunidad de Huaribambilla en el año 2011, pude observar dicha técnica lo cual permite que el infante pueda fortalecer sus piernas y las estimule a mantenerse en pie a la vez que fortalece la cadera, esta es una de las muestra de dicha relación y vínculo entre la tierra y el hombre en su etapa prematura, no obstante desde sus primeros meses de vida es llevado en la espalda de su madre sujetado por una manta también llamada lliclla o aguayo; como le dicen en la zona aymara de Puno, esto permite que el bebé tenga un panorama amplio y sus estímulos visuales sean los colores del campo, las flores, el ichu y las montañas lejanas del altiplano a veces verdes y otras blancas por el gélido invierno, un cielo azul claro y una noche llena de estrellas, paisajes que van forjando su relación  con el entorno.

Es importante describir que dicha manta, lliclla o aguayo  es compartida en determinado momento por la "otra wawa", aquella que ha parido la tierra en épocas de florecimiento de las chacras, es la fiesta de la Anata que expresa la alegría de dicho acontecimiento, las mujeres "pescan" (agarran) la papa y las reciben en este mundo con mistura, caramelos, vino, coca y serpentinas adornando la primera que extraen para luego ser cargadas a la espalda en los aguayos como si fuera un recién nacido, a la par los músicos entonan un ritmo alegre con sus pinquillos mientras las mujeres aymaras hacen bailar a la papa nueva al compás del venteo de sus wifalas blancas, pues es época de alegría, fiesta y buenos tiempos, la madre tierra está feliz y está dulce por tanto hay que festejar.

En suma, la costumbre de mantener a los bebés en la espalda cumple una función no sólo estimulante para el bebé sino que permite que las madres desarrollen sus labores con total libertad sin descuidar a sus pequeños y estar atentas pues es común que cuando llega el llanto del niño quiere decir que llegó la hora de amamantarlo, pasando de la espalda de la madre a los brazos para que le pueda dar de lactar.

Repasando la historia tendremos evidencia de la participación de las mujeres andinas, esposas de los montoneros que acudían en primera línea a defender la patria, sobre todo en el conflicto con Chile donde muchos indígenas entre varones y mujeres perdieron la vida, la sangre que el pueblo derramó en ese entonces pareciera que ha quedado en el olvido, en esta parte de la historia de nuestro país, las rabonas, mujeres del ande, seguían a sus esposos con sus wawas en la espalda y en muchas ocasiones tuvieron que empuñar la bayoneta defendiendo la vida de sus esposos y la de su familia movilizada en defensa de la patria.

En la sociedad aymara son las mujeres las que toman acción cuando una situación crítica amenaza el "buen vivir", la reciprocidad y las normas propias del pueblo en el que se fundamentan los conceptos de la nación aymara, son ellas las que asumen un rol de hegemonía cuando se trata de adjudicarse una posición de lucha y cuando eso sucede ellas son las que toman el poder, es una realidad que hoy se muestra a los ojos de una Lima siempre ajena y divorciada del resto del Perú. 

El hecho de que una madre aymara no se separa de su bebé por ninguna razón y a donde va siempre lo lleva en la espalda es un acto muy natural y propio de una madre, pues aún en la adversidad ella siempre estará junto a su wawa, también recordemos que incluso en las campañas de independencia el poblador del ande siempre peleó junto a su familia, de la misma manera en las revueltas tupacamaristas, sin mencionar que incluso las mujeres han llevado a sus wawas en la espalda hasta las minas donde sus esposos morían vomitando sangre tal y como se lee en el libro de Virgilio Roel Pineda en el que relata el proceso económico en épocas coloniales, acontecimientos que fueron el resultado de la famélica necesidad de riquezas de aquellos colonizadores que los condenaron a la esclavitud.

Las autoridades actuales del Perú ignoran completamente ese tridium aún vigente en nuestros pueblos originarios, tierra-madre-wawa, ese primer contacto con su medio natural dentro de la tierra, sobre la espalda de su madre y en el entorno de sus prácticas desarrollan el principal don que tienen los indígenas, el mismo que da como resultado la comunicación con la naturaleza fortaleciéndose con el paso de los años y conforme el niño va creciendo y madurando al punto de entender el comportamiento de todo ser vivo a su alrededor, no todos comprenden que somos un país diverso y multicultural donde nuestras costumbres son muchas y merecen ser respetadas sin discriminación alguna.

¡Jallalla Puno!

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